Yo empecé a jugar con el volúmen en un momento de descubrimiento y reconstrucciónpersonal. Y aunque todavía no comprendía muy bien que es lo que estaba pasando, sentía que cuando modelaba arcilla o tallaba cortezas secas de pino, mis primeros materiales de trabajo, algo en mí se movía buscando una mayor coherencia y completud.
Así, poco a poco, fui entrando en un proceso que me llevaba y que acabó enamorándome de modo inevitable, hasta el punto en que dejé mi trabajo en ASPACE, de 9 a 5 y con contrato fijo, 14 pagas...como ahora...
En dicho proceso, empezaron a pasar cosas. El trabajo con el fuego, su magico poder transformador sobre las arcillas y los esmaltes, los a veces larguísimos períodos de cocción, de hasta 23 horas, a pie de horno, el silencio y la soledad, estaban operando sobre mí. Había empezado a volcar mucho material de mi inconsciente, muchos deseos y temores, fijaciones y obsesiones, sombras y luces de mi interior, que empezaron a tomar forma. Fue una etapa llena de falos, vulvas, marcianillos alucinados, embarazadas fálicas o maternales, andrógin@s...
También la experimentación con la materia comprobando y superando sus límites, llevando la arcilla común a su punto de fusión, los ladrillos fundidos, los esmaltes de gres y refractario a base de arcilla roja y blanca fundida. De algún modo, una parte de mí estaba sometiéndose y comprobando su resistencia al fuego, experimentando su poder transmutador y mi propia capacidad de fluir con los cambios.
La piedra me aportó una sensación de estar tallándome a mi mismo, desbastándome, descubriéndome, definiéndome, puliéndome...acabándome...de algún modo. Además en mi taller, a diferencia de en Aia, no tenía compresor ni martillo neumático. Así que tallaba diréctamente, lo que implica un proceso mucho más lento de descubrimiento y realización. Nunca he tenido prisa por acabar una obra, y además siempre he trabajado en frente, con varias piezas al mismo tiempo. Por eso, con algunas piedras, he invertido entre seis meses y un año, tiempo en el que el proceso interno va tomando forma. Es como si las piezas desordenadas de un puzzle tuvieran el tiempo necesario para encontrar su propio lugar.
Acabo de hablar de proceso interno, cuando lo evidente en el arte es precisamente su resultado externo, la obra. Es mi experiencia, corroborada por otros artistas, que hay un proceso interno, aunque este puede ser más o menos consciente según la persona. Incluso creo que sería más adecuado decir, " procesos internos ", ya que éstos son múltiples y diversos, como lo es nuestra interioridad. Aunque, todos ellos se puedan englobar en un mismo proceso que podemos llamar de completud, autorrealización, crecimiento, o como Carl Rogers decía, " El proceso de hacerse persona ".
Esta misma concepción del arte como vía de crecimiento y sanación aunque con un discurso y características propias y planteado como solución existencial, la encontré en Oteiza. La coherencia de su proceso creativo y de su experiencia del vacío o "uts", me tocó definitivamente y despertó en mí, ecos y resonancias ancestrales.
Otro artista que apuntaba en esta dirección trascendentalista, fue el argentino Jorge Fernandez Chiti, del que tuve la enorme suerte de ser alumno. Jorge, más allá de su enseñanza técnica y de los numerosos y muy valiosos libros que regaló al mundo, era un alquimista y practicante del Zen. Tuve la fortuna de mantener después una relación epistolar con él, en la que profundizaba en este aspecto. Esto me ayudó, aunque este siempre será un camino solitario, a sentirme más acompañado, al ver confirmadas mis intuiciones en medio de un mundo artístico que miraba en otras direcciones.
Recuerdo también al pintor Rafa Ruiz Balerdi, entonces propietario de La Colchonería, donde hice mi primera expo individual. Gracias al intermedio de otro artista amigo suyo, Jokin Diez de Fortuny, pude asistir muchas veces a la tertulia de la Colcho y poder hablar y sobre todo poderle escuchar. Tenía unos ojos tan profundos como su alma, y también era otro Alquimista
También pude compartir muy íntimamente esta dimensión del Arte como Camino, fue con Alfredo Bikondoa, con el que además de parentescos emocionales, compartía una muy intensa búsqueda espiritual que también me llevó al Zen.
El trabajo interno de Alfredo, la búsqueda de Su Propia Luz desde el Arte y la Vida, ha sido tremenda, tenaz, despiadada y un ejemplo para todos. ( Aunque oigamos sus risas si lee esto )
Bueno, podemos seguir en otro momento. Espero que a muchas personas este enfoque les sea de gran ayuda en un momento tan complicado como el que nuestra sociedad está experimentando
Hasta pronto.
Mikel Benito.