Cuando el artista toma en sus manos los materiales para realizar un trabajo, se abre a un infinito de posibilidades, a través de las cuales, una de ellas se va a materializar. Es un acto sagrado al que no se le da la justa importancia en una sociedad que ha perdido muchos valores para sumergirse, en gran medida, en la superficialidad de lo inmediato y no duradero.
Crear es una puerta abierta también al tiempo, ya que como con él, hay infinitas posibilidades de elección (de acción, inacción, sentimiento, pensamiento…) para un tiempo limitado. Por esto, es importante tener capacidad de discriminación sobre lo que es importante y esencial, sobre lo trivial y accesorio. Aquí, el fiel de la balanza, como casi todo en la vida, lo determina el propio individuo.
Entonces, si es fundamental, y cuantos más años tenemos nos acercan más a esta consideración, aprovechar lo mejor posible nuestro limitado tiempo, con el acto de crear ocurre otro tanto.
¿Qué es lo más importante que puedo o necesito transmitir en este momento? ¿Qué necesito expresar? ¿Cuál es el sentimiento, pensamiento, temor, deseo o anhelo que lleva tiempo pugnando por mostrarse en la bandeja de salida de mi vida?
Éstas son preguntas fundamentales para todo creador. Pero también existe otra posibilidad de actuar en esta clave liberadora, y que no suponen ese acto de reflexión o de escucha previa. Y es tan válida o más que la misma, aunque requiere, eso sí, una actitud y un entrenamiento ya consolidado de abandono de toda expectativa. Una actitud de vacío de deseos y de intenciones, y al mismo tiempo, una apertura total a lo que pueda surgir, como un hijo siempre bienvenido y aceptado. Es un Zen de la creatividad, en el que el aquí y ahora va a permitir que tome forma una de las infinitas posibilidades, aquella que nuestro organismo total ha decidido como la más apropiada para nosotros y para el mundo.
Porque es muy importante que el artista no olvide que está en el mundo, y en el que todo y todos estamos interrelacionados. Nuestras obras de arte también, igual que nuestros sentimientos, pensamientos y acciones. Y el mejor regalo que podemos hacer a nuestro mundo, es nuestra impecable sinceridad. Y permitir la expresión de aquello que urge a nuesto interior compartir, sin maquillarlo ni censurarlo, es un acto de la mayor sinceridad.
Si nuestros actos fueran totalmente sinceros, este mundo sería diferente. La obra de arte, sea cual sea su formato, tamaño, material de soporte o alcance mediático, es el sujeto de un acto creativo a través del cual, algo que no estaba antes, ahora está ahí presente. Pero depende del autor el que eso nuevo que está, y que toda la energía desplegada para que su aparición sea posible, tengan un valor significativo en relación con esa sinceridad expresiva. Expresión que se convierte en comunicación con el mundo.
En esta ocasión, acompaña a este artículo una obra reciente del pasado verano, que es una jarra en material cerámico, un objeto decorativo y utilitario en el que he querido conjuntar las dos polaridades sexuales.
Por una parte, la jarra es evidentemente fálica, pues soy un hombre. Pero tiene un asa grande que simboliza a la vagina, y con la que trato de expresar también mi aspecto femenino, naturalmente presente.
Porque, y lo digo como hombre, es muy importante para nosotros el reconocimiento de nuestra femineidad, demasiado frecuentemente negada, y como ocurre con la energía masculina en la mujer. Es la dinámica que el pensamiento taoísta chino expresa con el Yin y el Yang, en el que junto a cada porción masculina/femenina, se encuentra una pequeña parte de la otra. El reconocimiento de estos aspectos en la vida de las personas, ayuda a su integración, equilibrio y armonía. Es bueno para tod@s nosotr@s y para el mundo.
Y una sencilla jarra puede servir para hacerlo más presente.
Miguel Benito