Hoy voy a mostraros una escultura que realicé hace ya muchos años en arcilla refractaria. Este es un tipo de barro que cuando se cuece a una temperatura más elevada que la arcilla convencional, es decir entre 1200 y 1280º C adquiere una gran dureza. El color del horno a esa temperatura toma una preciosa y radiante coloración amarilla dorada que casi llega a deslumbrar.
La escultura representa a un Buda sentado con las manos en “gashô”, un gesto de saludo con las palmas verticales en contacto y con los bordes hacia adelante. Mantiene las piernas cruzadas en la psición denominada “loto completo”, en la que los pies descansan sobre el muslo contrario. La columna vertebral permanece muy recta y estirada, y el mentón metido con el cuello estirado. Es una postura de adoración y meditación, cuya posición de las manos, es un saludo. Saludo que se ha extendido extraordinariamente por todo el Asia de base cultural hinduista y budista, hasta convertirse en el saludo cotidiano, acompañado de una ligera inclinación. Pero este saludo con las manos unidas por las palmas tiene un origen espiritual y religioso que encierra un importante mensaje: el reconocimiento de la budeidad o divinidad que la persona encarna. Es una manifestación de respeto y un recordatorio trascendente de lo que el otro es y todos somos.
Este saludo no es propio entre occidentales, los cuales empleamos otras formas como son el apretón de manos, el saludo verbal y el abrazo. Pero esto no es obstáculo para que en nuestros encuentros con las otras personas, podamos aplicar desde una actitud interior plenamente consciente, ese reconocimiento de la trascendencia del otro, del ser divino que es y que somos más allá de las apariencias.
Y es que las apariencias siempre engañan. Vivimos en un mundo de engaño basado en lo aparente. De hecho esto es solo lo que percibimos. Una máscara de la realidad, la ilusión alucinada nacida de una mente que duerme un sueño, o mejor dicho, una pesadilla con grandes intersecciones compartidas. Una mente que proyecta su sueño en base a sus propias programaciones, pensamientos, deseos y tendencias ancestrales heredadas no solo filogénicamente, sino en innumerables encarnaciones vividas por ella misma. Una mente/filtro que es el núcleo de una subjetividad extrema.
Es por esto que percibimos lo que percibimos, y nos cuesta tanto hacernos conscientes y ser coherentes con esa divinidad y budeidad intrínseca a todos los seres. Todo lo más, podemos percibirla en cierta manera en los bebés y niños, así como en algunos animales de compañía. Y de hecho, para muchas personas, es más fácil reconocer la divinidad inmanente de un perro que la de un ser humano. Porque a diferencia de los humanos, generalmente los animales suelen encarnar más coherentemente su propio “dharma” o deber esencial de su existencia. Esa congruencia de ellos, como la incongruencia generalizada de los humanos respecto a nuestro deber esencial o intrínseco, actúa como una barrera en la percepción ya alterada y limitada de la inmensa mayoría de las personas.
Buda es un iluminado, un ser que ha despertado a la Realidad que Es. Por ello, es un ser que al despertar del sueño/pesadilla, ya no mora en la ilusión, ni le da crédito o se rije por ella.
Un Buda, ve lo divino en Todo y en Todos, y saluda la budeidad de Todo. Buda ejerce un saludo, un “gashô” universal y permanente a Todo y a Todos. No solo mora en, sino que Es la Unidad. Y su saludo es un recordatorio y una confirmación de lo que somos. Por eso reconocer lo divino del otro cuando nos encontramos con él, es actuar como un Buda. Y aunque pensemos que la otra persona no puede percibir la íntima valoración y respetuoso reconocimiento que le estamos haciendo, ello no es así. Porque los humanos estamos conectados desde niveles sutiles e intangibles pero reales y operativos, en los que existe un intercambio y trasvase de información. Es decir, que en cierto nivel de su conciencia, este reconocimento le alcanza, nutre y le confirma quién es. Dicho reconocimiento contribuye a que algún día se pueda reconocer a sí mismo como quien es realmente. Igual que el maltrato relacional al que desgraciadamente la humanidad nos hemos acostumbrado, contribuye a que permanezcamos más profundamente anclados en sueños , escenas o identificaciones ilusorias dentro de la pesadilla, creyendo más fírmemente todavía que somos el personaje que creemos ser y la realidad de la ilusión que recreamos y en la que vivimos.
Por esto, es esencial que recordemos o que alguien nos recuerde quiénes somos realmente. Nuestra humanidad necesita imperiosamente esta información y acción. La de que nos tratemos a nostr@s mism@s como quienes somos más allá de las apariencias, a veces tan opresivas e implacables. Y de que tratemos a los demás como son más allá de la ilusión o pesadilla que parece que protagonizamos y que nos envuelve.
Esta puede ser una sencilla y eficaz acción revolucionaria para el ser humano y para el mundo. Y seguramente más allá de las terribles prioridades necesarias, sea la más importante, porque es el fundamento de todas.