A lo largo de mi vida he comprobado como el enunciado expuesto se convertía en un hecho incontrovertible, a medida que las personas iban envejeciendo alrededor mío. Y con más motivo después de haber dedicado muchos años a los mayores por mi trabajo.
Pero esto que había sido una observación, llamémosla de campo, de repente pasa a ser una pelota en campo propio, cuando un buen día tomo conciencia de que yo también me estoy haciendo una persona mayor. Y es curioso que dicha percepción y toma de conciencia no haya surgido desde la contemplación cotidiana de mi rostro en el espejo a la hora de afeitarme, sino al encontrar en la calle a un viejo condiscípulo, y al que veo literalmente hecho polvo y con un rictus de amargura impresionante.
Y entonces, empiezo a mirarme en el espejo de otra forma, y descubro líneas, arrugas, calvicie y otros signos que confirman el paso de la vida por la piel de mi alma. Un alma fuerte y desapegada que no se había dado cuenta, o que tal vez no había valorado desde una perspectiva terrena, el paso del tiempo por su envoltura. La cual, por otra parte, a pesar de sus inevitables handicaps y limitaciones, sigue expresando una importante actividad vital, deportiva, intelectual y creativa que contribuye a que esa alma se despiste un poco más ante el imparable paso del tiempo.
Pero afortunadamente, hoy por hoy, el balance que puedo hacer de los vinos de mi bodega riojana es muy favorable. Es verdad que entre las botellas acumuladas desde hace sesenta y dos años, hay algunas, pero muy pocas, que se han convertido en un vinagre lleno de posos y de elevada acidez. Pero la inmensa mayoría, lucen el color rosado casi ámbar, de un clarete que ha ganado con el tiempo un excelente aroma y sabor, y que incluso algunas, han subido su grado alcohólico como si quisieran acercarse de alguna forma a la aristocrática familia del coñac.
Creo que ésta es una hermosa oportunidad que la vida nos ofrece a todos al hacernos mayores. Convertirnos en un buen vino, sabroso y aromático, agradable al paladar de la humanidad. Y no un vinagre que contribuya a acidificar aún más el ph del mundo. Claro que todo esto no se puede hacer sin un esfuerzo sostenido a lo largo de la vida, a través del cultivo del propio jardín personal, o mejor de la propia bodega. El trabajo con uno mismo, el desarrollo y la evolución personal, el trabajo creativo y espiritual. Creo que estos son ingredientes fundamentales a la hora de envejecer de la mejor manera. Ingredientes que nunca es tarde para que los incorporemos en nuestra olla personal, esa en la que nos cocinamos en la propia vida. Aunque cuanto antes comencemos, mejor.
También y en paralelo, empiezo a observar más a mis viejos amigos y conocidos. Y veo en muchos de ellos, sobre todo los hombres, que han dejado de cultivarse, que la vejez los ha descuidado, o que mejor dicho, ellos han descuidado su vejez. Y que están a punto de convertirse en un vinagre lleno de rigidez, temor e indiferencia por ellos y por el mundo. Y que aunque los amo y los comprendo, yo no quiero para mí ese vinagre, como seguramente, el mundo tampoco. Porque éste, en el fondo de su sed solo anhela agua pura y fresca, y también desde su paladar más exquisito, un buen vino viejo de calidad. Incluso, dulce.
Cuando me siento solo, agobiado o desalentado, cuando no me comprendo a mí o a este mundo, la materia y su manipulación me remiten a las raíces del conocimiento, a los cimientos de mi estar bien y a la armonización de los diversos cuerpos o piezas de mi puzzle esotérico personal. El trabajo con la madera, que como yo ha sido batida por el oceáno de la vida y arrojada a la escollera en muchas ocasiones, la pintura y la adicción y manipulación de diversos materiales, me ayuda a volver a mi bodega y a cultivar un mejor vino.
Soy muy afortunado por poseer un recurso tan curativo y agradable. Quisiera poder invitar a mi mesa de trabajo a algunos amigos que están convirtiéndose en un vinagre extraácido para que traten de hacer algo con su estado, pero sé que tengo que respetar el destino que están decidiendo.
Ahora me despido para dejaros contemplar la obra que ha inspirado estas palabras, la escultura que una vez más, y como decía Oteiza, es “solución existencial para la vida”.
Miguel Benito